martes, 29 de noviembre de 2011

Si Platón levantara la cabeza

      La famosa red social Twitter ardía la otra noche mientras nuestros dos futuros posibles presidentes se enfrentaban cara a cara. Podríamos decir que en nuestra corta experiencia política desde que tenemos uso de razón nunca ha habido una actividad tan latente por parte del pueblo hacia los comentarios de los políticos y tampoco tan directa. Si la democracia es la representación del pueblo y por lo tanto su decisión, ¿No deberíamos buscar una manera más fiable que nos contentara? ¿No deberíamos evitar ese continuo ir y venir de ataques personales, mentiras y manipulación de la información con la que juegan nuestros actuales gobernadores?

      El problema principal de todo esto no es quien lleva las riendas de este Estado, sino los que formamos este país, los cuales nos conformamos con admitir que todo lo que dice nuestro político favorito es la verdad más absoluta, la cual defendemos a capa y espada y que lo que afirma su contrincante es la más sutil de las mentiras y calumnias. Somos un pueblo vago que apenas pasa del término despectivo de “rebaño” y que nos limitamos a aplaudir cuando nuestro candidato ataca con frialdad al resto de los supuestos enemigos de la verdad y a exclamar cuando el contrario realiza la misma jugada. Vivimos en una sociedad que valora más el futbol que el destino de la nación y por ello creo que se cumple con certeza la conocida expresión de que “cada uno tiene lo que se merece”


      Los ir y venir del bipartidismo en España desde la transición no me disgustan pues como digo tenemos un sistema electoral que nos ha llevado a esto y si somos bipartidistas es porque el pueblo así lo ha decidido. Escucho continuamente frases como “Soy mas afín a la ideología del PP pero estas elecciones no les voto ni por asomo” o justamente lo contrario pero con el PSOE, pero a la hora de la verdad cada cual va a su vieja costumbre de rellenar el voto no con su idea de elegir al que más le gusta sino a dar su apoyo al que cree que tiene más posibilidades de ganar al que menos le conviene.

      Digamos que todo ello se podría resumir en una sola palabra: “hipocresía”. En primer lugar los políticos son unos hipócritas, ya que como comúnmente se sabe dicen una cosa y hacen lo que les da la real gana. Nosotros muchas veces nos damos cuenta de ello y nos quejamos, pero de lo que no nos damos cuenta es que nosotros también lo somos. ¿Por qué? Simplemente por ser amantes de la exigencia y divorciados de la responsabilidad.

      Llegados a este punto uno se plantea si es la mera posición de político lo que realmente está viciado o son los individuos que la ocupan, y la verdad es que a mi pesar, nos decantamos por la primera. Para comprenderlo se ha de tener claro que el poder corrompe. Éste, es un atributo que el hombre posee en mayor o menor medida y que hace referencia a sus capacidades de control. Se podría decir que el deseo de poder es un camino de superación personal, y en cierto modo es verdad, ya que como ya he dicho el poder supone control, y todo el mundo desea poseer el control de su propia vida ¿verdad? El problema es cuando dicho control es sobre la vida de los demás, lo que puede hacer que su poseedor se sienta superior, y he ahí su gran defecto. Así, estando el poder viciado y no poniéndose mecanismos para evitarlo, por defecto todo candidato a él estará expuesto a todas sus imperfecciones morales.

      Realmente, el sistema presente da cierto miedo, ya que aunque la gente se queje de bipartidismo y que los dos grandes partidos son unos corruptos, nadie sabe qué pasaría realmente si uno de los partidos minoritarios tan “ideales” se hiciera con el poder. Nuestra opinión es que tal y como es concebido el poder hoy en día no se podrá salir del círculo vicioso en el que está envuelta la clase política. ¿El problema? La falta de valores, pero eso ya es arena de otro costal.

jueves, 27 de octubre de 2011

La familia, motor del mundo

       La familia según la Real Academia de la lengua Española: Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. Hijos o descendencia. Conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia común.

      Bajo mi punto de vista, la familia representa mucho más que lo que dibujan las palabras de la RAE. Es lógico que el diccionario no dé una definición exacta de este término, pues la familia lleva incrustado un sentido emocional que va más allá de lo que se pueda expresar con palabras. Si cada persona es un mundo, cada familia es un universo; y al igual que necesitamos un espacio donde vivir, precisamos de alguien que nos enseñe a ubicarnos. Somos algo así como animales desprotegidos que vienen a este mundo sin saber defenderse, desorientados y sin ninguna capacidad de autodefensa. Por ello, resultan imprescindibles una o varias figuras referenciales que resuelvan nuestras dudas y alimenten nuestra mente, haciéndonos sentir parte del mundo. Nuestros padres son quienes nos ayudan, educan y velan por nosotros. En varias ocasiones me he preguntado qué es lo que hace a mi padre levantarse cada mañana tan temprano para ir a trabajar y así poder pagar mi universidad, piso, o cualquier necesidad de mis hermanos y mi madre; y es complejo, porque como seres humanos que somos podría tender al egoísmo y quedarse con todo lo conseguido con su propio esfuerzo. Creo que la clave para entender el núcleo de la familia es el amor, entendiendo éste como un valor fundamental.

      Si nacemos como vínculo de amor entre nuestro padre y nuestra madre, podríamos decir que somos parte de ese triángulo de amor que se amplia y extiende por cada hijo que entra en nuestra vida. La sociedad -entendida como un conjunto de individuos- no existiría si no fuera por las familias, que dan lugar a un mismo círculo de valores y costumbres que sirven como herramienta de evolución. Y dentro de ese círculo que nos hace semejantes a todas las familias, destaca algo que nos hace distintas. Quizá sea la forma, pues no en todos los casos encontramos la misma estructura familiar; y no por ello son menos familia. El lazo de la sangre es importante, pero a menudo se confunde con lo imprescindible; cuando en realidad la familia no es otra que quien nos cuida, ama y empuja a formar parte de ella, sin importarle de dónde vienes. Por tanto, creo con firmeza que la familia es el conducto por el cual dejamos nuestra propia marca en la historia. Al nacer, recibimos una herencia que se nos entrega en forma de cuidados y educación originados por amor, y que, como herencia, debemos devolver con el mismo valor. Y la mejor forma de hacerlo es continuar con el legado en nuestro mundo: crear una nueva familia, y con ella, volver a empezar.

      Todo ser humano que nace tiene derecho a pertenecer a una familia, es un derecho natural inherente a la persona. En la mayoría de los casos, un hijo significa una alegría para sus padres y hace que el vínculo familiar se enriquezca y fortalezca. De hecho, cuando nace un niño no deseado por quien lo trae al mundo, el propio Estado debe garantizarle a través de la opción adoptiva su derecho a tener una familia y crecer en un ambiente de amor y educación.

      Las personas, los seres humanos en general somos sujetos que no funcionamos de manera independiente. Necesitamos colaboración y apoyo para autocompletarnos y, como tal, no entendemos nuestra existencia si no es relacionada con un núcleo familiar. Nos desarrollamos dentro de unos valores sociales que nos son inculcados a través de la herramienta más útil del sistema: la célula familiar. En ella aprendemos a relacionarnos y a ser sociales en muchísimos niveles de nuestra personalidad. Todo lo que nos es enseñado en nuestra infancia y adolescencia tiene su eco en nuestra manera de ser y pensar en el futuro como personas que tendrán la responsabilidad social y moral de procrear y hacer lo mismo que nuestros padres hicieron con nosotros. Sin familias, el mundo no podría tomar rumbo hacia el futuro.

Vivir con pies de plomos

Algunos de los pocos recuerdos que todavía conservo de mi salto de la infancia a la adolescencia fue el cambio a 1º de E.S.O. Estábamos todos nerviosos, teníamos dudas, sentíamos alegría por volver a ver a los antiguos compañeros, curiosidad… a pesar de ser los menores del edificio de educación secundaria nos creíamos los más mayores. Con aquella nueva etapa llegó la responsabilidad, y con ella, los deberes. Aún puedo vislumbrar en mi memoria cuando le dije a mi madre que empezaba a agobiarme con tanto estudio y tareas. Mi madre me miró con una expresión que se quedaba a medias entre la pena y la compasión, y sonriendo me respondió: “Eso no es agobio, hijo, si no me crees espera a crecer”. Ahora que he crecido debo confesar que las madres pocas veces se equivocan.

A menudo me pregunto hasta qué punto aquel agobio del que hablaba entonces era verídico, o si la mera angustia que me come ahora por dentro en tiempos de estrés no es fruto de la desorganización en el aprovechamiento del tiempo. Corremos, gritamos, saludamos fugazmente, apenas nos detenemos en más de una ocasión… y todo porque vivimos con el tiempo pegado a nuestra espalda. No somos capaces de dedicar tan solo una migaja de ese “agobio” a ordenar nuestras prioridades y calcular bien el baremo entre las obligaciones y el ocio. Preferimos acaparar todo lo posible y, como alguien dijo una vez, quien mucho abarca poco aprieta.

Los jóvenes de hoy en día hemos aprendido a vivir a esta velocidad. Estamos tan acostumbrados a los atascos, al metro, a correr, a hacer mil y una cosas y no parar quietos que todo eso se ha transformado en nuestra rutina. Incluso somos lo suficientemente capaces de sonreír y no perder el buen humor entre tal marea de nervios. Pero cuando ocurre algo que no estaba previsto que sucediera, cuando se tuerce alguno de nuestros planes, nos alteramos. Todo estalla y el agobio salta por los aires revolviendo el resto del programa. Mientras todo vaya bien somos capaces de reír y hacer llevadero el resto de lo estipulado para el día. Sin embargo, cuando nos sorprende un imprevisto que trastoca nuestros planes nos envolvemos en una capa áspera que solo transpira mal humor.


Me he fijado y no deja de llamarme la atención la manera en la que esta sociedad programa el tiempo. Tenemos perfectamente controlado minuciosamente cuánto espacio temporal nos roba recorrer el camino hasta la universidad o el trabajo. ¿Para qué? ¿Para rasparle más minutos a la televisión? ¿Para apurar hasta el último aliento antes de que el profesor dé comienzo a la clase? Nosotros mismos -y yo el primero- somos adictos al riesgo, nos gustan las experiencias fugaces y si podemos estrujamos hasta el último segundo de aquello que nos entretiene. Pero, a pesar de tanto “agobio”, parece no haber tiempo a contemplar lo desconocido, a caminar reflexionando sobre la importancia del tiempo o aprovechar cada momento como si fuera el último. A todos lados vamos con el tiempo pegado a nuestros pies, sin pararnos a pensar la velocidad a la que corre la vida y lamentar cuánto tiempo hemos perdido ya de ella.

Jóvenes neorománticos

Cada vez más me pregunto si esta generación a la que pertenezco está destinada a algo más que simplemente mirarse el ombligo y de vez en cuando actualizar las redes sociales de las que tan fan somos. Seguramente no seamos más que una generación destinada a consumir lo que otros nos han enseñado a consumir, a vestir como otros nos han enseñado a vestir y a vivir como otros nos han enseñado a vivir. Claramente somos reflejo de una generación mucho más luchadora que nosotros. Muchos de nuestros padres tuvieron que abrirse camino para, a día de hoy, dejarnos en un punto alto desde el que nosotros comenzar nuestro propio vuelo en la vida. La juventud de hoy por norma general no sabe que algún día ese planeo que tenemos desde la cumbre de nuestros padre dará paso al duro y frio suelo y sera ahí donde golpeemos y pensemos en porque no quisimos aprender a volar con esfuerzo y sudor.
Claramente hemos sido educados en valores que se aprecian tales como la amabilidad, la cordialidad o la capacidad para ser amistoso. La definición de mi juventud como neorromántica me parece una definición de lo más exacta. Vivimos al día, sin pensar en apenas mas allá de una semana o un mes, preferimos lo inmediato y si no lo tenemos de manera inmediata sufrimos una especie de decepción que no se llena hasta que nuestra atención se centra en cualquier otra cosa que encontremos.
Más de una vez he escuchado que somos una juventud de mascaras, donde misteriosamente todo el mundo abre su mundo a los demás por medio de las redes sociales, donde quien más fotos tiene o mas amigos tiene gana y sube de “escala” social, pero somos incapaces de demostrar nuestros sentimientos o simplemente darnos a conocer de manera verdadera. Nos limitamos a ocultarnos tras las falsas apariencias, nos importa más el que dirán que lo que de verdad piensan aquellos que nos rodean. Esta teoría de las mascaras no hace más que aumentar la superficialidad y la soledad de cada uno y es precisamente por esto por lo que el entretenimiento juega un papel tan fundamental.
Mantener nuestra mente ocupada nos ayuda a creer que somos algo mejor o por lo menos incapacitamos a nuestra cabeza a que piense lo contrario. Desconectamos contactándonos a cualquier otra cosa, cualquier indicio de aburrimiento nos hace activar la necesidad de buscar algo para mantenernos entretenidos. Vivimos para el entretenimiento. Somos una generación capaz de poner su vista tan solo en el fin de semana y durante los días de diario se piensa en solo buscar algo que nos haga llegar cuanto antes a esa querida meta. Una de las frases más interesantes del texto leído creo que es que los jóvenes buscan la máxima satisfacción en el mínimo tiempo posible.
Nuestra generación carece de una virtud llamada diligencia, la falta de costumbre unido a la pereza hace de nosotros personas agobiadas en el último momento, ciudadanos del estrés y de la vida rápida. No nos organizamos y eso nos lleva a perder el tiempo. En ocasiones si invertimos ese tiempo en organizarlo y luego no nos sirve de nada ya que vemos pasar las horas como si fueran piedras y nos tira mas el no hacer nada que el andar ocupados con cosas de relevancia. Solo la presión y el agobio nos hacen sacar lo más profundo de nosotros y nuestras dotes más ocultas así como la capacidad de memorizar tomos y tomos que durante semanas han estado acumulando polvo en nuestra mesa.
Para acabar podríamos decir que somos la herencia de unos padres que les gusta pensar que a sus hijos no les va a faltar lo que a ellos como adolescentes jamás pudieron tener.

Nacer ,Vivir, Crecer

Que naciera un 29 de abril de 1991 en un pequeño hospital de Málaga creí que fuera algo determinante en mi vida, más allá de mi lugar de nacimiento. No me gusta decir que soy malagueño ya que le tengo cierto reparo a esa inacabable ciudad en obras y atascos. Simplemente me considero de Fuengirola, un pueblo tirando a ciudad donde pasé mis mejores años de vida.


El ser hijo de un sueco establecido en la costa desde bien joven y una madre natal de allí me ayudó a abrir un abanico de posibilidades que ahora, a mis veinte años, me ha sido de gran utilidad. Más allá del control de ambas lenguas y las facilidades que eso me ha desarrollado para poder aprender otras, he podido conocer dos culturas que son básicamente contrapuestas pero igualmente atractivas para mi punto de vista. La frialdad y el pensamiento nórdico quedaron reflejados en mi personalidad al estudiar hasta cuarto de primaria en un colegio totalmente sueco, mientras que el carácter andaluz fuertemente marcado, las costumbres y el estilo de vida se quedaron plasmados en mí al estudiar el instituto y el bachiller en un colegio privado de Marbella. Me costaría decir con certeza qué parte de mi persona es la que responde al perfil andaluz o nórdico. De igual manera no sabría distinguir cuales son las fuentes que me han hecho crecer hasta convertirme en la persona que soy. Supongo que la constancia, la fortaleza y el carácter marcadamente cristiano de mi madre me ha convertido en una persona respetuosa y comprensible mientras que la intensidad y el esforzarme por hacer todo de manera correcta es gracias a mi padre.

Mi paso por un colegio español en los años más decisivos de la vida de cualquier persona, y con estos me refiero a la adolescencia, me hizo comprender cosas que me abrieron los ojos y las dificultades que se pueden presentar más allá del ambiente festivo de la Costa del Sol. Nunca fui mal estudiante y eso es gracias a la constancia y presión de mi madre en el tema de los estudios. Aunque pasé por épocas de rebeldía típicas de la edad, mi carácter quedó fuertemente impactado por la pasión que aprendí a desarrollar en esa época a través del Rock N Roll que me enseño una manera de expresarme y dejar fluir mis pensamientos, sentimientos y emociones a través de las letras y acordes.

Mi crecimiento y adolescencia pasaron bastante rápido gracias a mi familia y a mi grupo de amigos. De lunes a viernes íbamos al colegio con un horario bastante amplio, que poco dejaba para perder el tiempo cuando llegábamos a casa a las 6 de la tarde. Por el contrario los fines de semana los pasaba en un pequeño garaje donde ensayábamos y tocábamos las canciones de la gente a la que admirábamos. El paso del tiempo fue cambiando hábitos y las chicas y los pubs pasaron a un plano más importante.

No me arrepiento de nada y creo que nadie debería hacerlo a no ser que siga en el error sin haber intentado por lo menos poner remedio a esto para solucionarlo.

Acabar el bachiller no fue difícil y la selectividad fue un paseo interesante, acompañado de risas y sudor en una sala de estudio. Fue ese verano el que me llevó hasta un punto más alto de madurez y sensatez, empecé a comprender y pensar más como un adulto que como un joven niñato. Entendí el porqué de mi traslado, bajo ayuda y presión de mis padres, a una universidad en Navarra, a lo que yo en un principio renegaba y ponía excusas. Ahora puedo decir a boca llena que este ultimo y gran cambio de mi vida ha supuesto el mayor cambio de todos y también el mejor. Gracias a esto soy quien soy y el día de mañana podré decir con la cabeza bien alta que mi carácter, mi persona, mi manera de pensar y yo en general soy lo que he vivido, los errores y aciertos de mi familia y ante todo quien yo he querido ser.